Un paseo con David por el canal hasta el campo me ha hecho reflexionar, lanzar mis ideas sobre el paisaje y encontrar consuelo en la brisa que corría sentados bajo un árbol.
Hablamos sobre las personas que algún día habían formado parte de nuestras vidas y caímos en que no somos tan diferentes de aquellos como pensamos.
Igual que el sol inevitablemente tiñe de un color rojizo el cielo, pintamos de por vida el alma de los demás con nuestros propios colores.
Nada es igual una segunda vez. Ni ese paseo, ni ese atardecer, ni tampoco nosotros cuando mañana volvamos a despertarnos.